Después de todo, todo ha sido
nada,
a pesar de que un día lo fue
todo.
Después de nada, o después de
todo
supe que todo no era más que
nada.
Grito «¡Todo!», y el eco dice
«¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice
«¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era
todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue
nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la
nada.)
Qué más da que la nada fuera
nada
si más nada será, después de
todo,
después de tanto todo para
nada.
José Hierro
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